martes, 24 de noviembre de 2020

Quién me mira

 

Gira mi cuello y veo que alguien me mira. A través de los brillos de luz, dos círculos oscuros y penetrantes me analizan. Son amigables, porque debajo una boca me sonríe, de costado, haciendo una mueca. A medida que me deslizo hacia los lados, tratando de descubrir quién es, se destaca una oreja rodeada de ese castaño oscuro, largo, liso y liviano. Tan liviano que pareciera que volara, como los panaderos en días ventosos. Un corazón dorado brilla y me vuelve la atención hacia esa oreja, tan atenta a cualquier sonido que yo pudiera emitir. No sé si hablarle, porque ahora sus cejas se arquearon y siento cómo me penetran esos dos agujeros negros con un anillo azul-grisáceo. Al intentar evadir la mirada me encuentro con un tercer ojo en la frente, cerrado, color piel pero sobresaliente. Es más pequeño que los otros pero llamativo, ¿será benigno? Eso me recuerda que tengo lunares en la espalda que crecen y oscurecen. Hay que sacarlos, dice mi mamá. Hay que quemarlos, dice la médica. Dejo de divagar y encuentro otra protuberancia. Está en el mentón y me recuerda al de las brujas de los dibujitos, pero no tiene pelos. No tiene color, como los otros dos que acabo de visualizar: uno al lado de la boca (que ya no sonríe) y otro debajo. La curiosidad me lleva más abajo aun y noto una cualidad de rana. “Croac”, me responde el espejo. Eso es por mirar todo el día el telefonito, dice mi abuela. Al escuchar el croar me doy cuenta de que soy yo misma quien me miro. Me alegro de descubrirme y sonrío. Me busco en la mirada y me pierdo en mí misma.


 

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