lunes, 30 de noviembre de 2020

Al polvo vamos y por los aires volamos

 

Una nube se expande mientras el almohadón se comprime de angustia por el peso del vestido floreado de mal gusto. El polvo aterriza suavemente sobre la dura y vieja alfombra celeste, que llora creyéndose devaluada por su edad. Sus lágrimas sucias recorren lentamente las insensibles baldosas, quitándoles brillo y petulancia. El viaje se detiene en el desagradable trapo con olor a lluvia y abandono, que es estrujado sobre el reluciente balde, el nuevo de la casa. Mezcladas en el recipiente, las partículas se preguntan sobre su próximo destino. ¿Será el aire? ¿Será la tierra? ¿Será la calle? Rezan por que no sea la calle.


 

sábado, 28 de noviembre de 2020

Una batalla perdida

 

Ocultas, desde la cima, dos lunas observan a la araña pentápoda tomar la lapicera de aspecto inocente.

Cual jeringa, ella nota cómo se desangra sobre el poroso trozo de papel su espeso fluido negro.

El cuaderno se arruga de miedo al ver que lo tatúan sin preguntar.

La mano izquierda se encoge de dolor. Siente miles de llamas quemando la herida, fina y precisa.

¡Es una guerra! Aúllan los labios mientras corren las piernas hacia el alcohol.

Nada como un buen vino para adormecer las tropas luego de una lucha de escritura.

Calma la noche, los faroles se apagan mientras la mano, ajustada como momia, descansa sobre una trama amiga.


 

jueves, 26 de noviembre de 2020

El primer día

 

Rodeada por el envolvente sonido de niños corriendo y gritando, me dispuse a enfocar a la protagonista de este día. Mientras observaba lentamente su mueca de felicidad, el silencio me devoró y me perdí en el mundo de la reflexión. Mi mirada bajó hacia la alegre y decorada muestra de afecto: una enorme torta repleta de variadas golosinas, banderines y un delicado moño violeta. Retiré mi foco de esa tentación de dulzura para dejar grabado, y para siempre, el último día de delantal, pero el primero sin él.

No hizo click, no hubo flash, nadie miró ni pidió ver cómo salió. Verifiqué en la pequeña pantallita que la foto hubiera efectivamente salido. Sí, y no estaba borrosa ni movida. Mi objetivo ya había sido cumplido y era hora de sentarme a disfrutar con el resto. Tomé la porción que me ofrecían con una sonrisa y, mientras volvió el sonido a mis oídos, me dediqué a saborear la felicidad del ambiente.


 

martes, 24 de noviembre de 2020

Quién me mira

 

Gira mi cuello y veo que alguien me mira. A través de los brillos de luz, dos círculos oscuros y penetrantes me analizan. Son amigables, porque debajo una boca me sonríe, de costado, haciendo una mueca. A medida que me deslizo hacia los lados, tratando de descubrir quién es, se destaca una oreja rodeada de ese castaño oscuro, largo, liso y liviano. Tan liviano que pareciera que volara, como los panaderos en días ventosos. Un corazón dorado brilla y me vuelve la atención hacia esa oreja, tan atenta a cualquier sonido que yo pudiera emitir. No sé si hablarle, porque ahora sus cejas se arquearon y siento cómo me penetran esos dos agujeros negros con un anillo azul-grisáceo. Al intentar evadir la mirada me encuentro con un tercer ojo en la frente, cerrado, color piel pero sobresaliente. Es más pequeño que los otros pero llamativo, ¿será benigno? Eso me recuerda que tengo lunares en la espalda que crecen y oscurecen. Hay que sacarlos, dice mi mamá. Hay que quemarlos, dice la médica. Dejo de divagar y encuentro otra protuberancia. Está en el mentón y me recuerda al de las brujas de los dibujitos, pero no tiene pelos. No tiene color, como los otros dos que acabo de visualizar: uno al lado de la boca (que ya no sonríe) y otro debajo. La curiosidad me lleva más abajo aun y noto una cualidad de rana. “Croac”, me responde el espejo. Eso es por mirar todo el día el telefonito, dice mi abuela. Al escuchar el croar me doy cuenta de que soy yo misma quien me miro. Me alegro de descubrirme y sonrío. Me busco en la mirada y me pierdo en mí misma.